SI PUDIERA CONTARLES…

Mientras la lancha bajaba en silencio el caudaloso río Baker, no sabía dónde iba a llegar, sólo pensaba en descanzar unos días tras demasiados kilómetros en las piernas. Iba a Tortel, pueblo de la Patagonia chilena ubicado entre dos campos de hielo, al fondo del legendario Golfo de Penas y junto a la desembocadura del río Baker, a los 47°51 de latitud sur y 73°35 de longitud oeste.Imaginaba la soledad de ese lugar y me construía historias al mirar la imponente naturaleza. El sol me había acompañado hasta ahí, cosa rara en esas latitudes; era una señal que tenía que descifrar. Pocos días después, quedaría hechizada por la lluvia eterna.
Llegué caminando a Caleta Tortel una tarde del verano de 2002, escuchando una voz interior que me guiaba a lo largo de la Carretera Austral.

La historia de este lugar, al que hasta 2003 sólo se podía acceder por agua, es la del pueblo Kaweshkar, nómades marinos, que fueron los primeros en vencer toda clase de obstáculos y adversidades características de esos parajes. Hoy no queda ningún descendiente vivo.
A la mitad del siglo XX, después de un viaje a remo, los pioneros en la construcción del poblado comienzan a obtener ayuda de la Armada chilena, que a partir de entonces se hace cargo de la sobrevivencia de los habitantes.
Es así como se empieza a escribir una historia singular y estrechamente vinculada con la explotación del ciprés de las Guaitecas, una madera nativa que crece únicamente en zonas pantanosas y de resistencia excepcional.
Entre 1920 y 1955, incendios en parte provocados por lo mismos colonos, dejaron a su disposición gran cantidad de madera, la que hasta hoy día asegura la arquitectura y la economía del lugar: casas sobre palafitos, lanchas, chatas (embarcaciones pequeñas), veredas-pasarelas y escaleras interminables que conforman las calles del pueblo, junto al comercio de postes de ciprés hacia Punta Arenas.
Los tortelinos mezclan costumbres gauchas y chilotas, y todos son verdaderos factotum para el poblado: carpintero, carnicero, campesino, músico, marino, profesor, locutor de radio, por ejemplo.
Hoy, el pueblo ha crecido y fue declarado Zona típica – Monumento Nacional, Patrimonio Cultural de Chile. Desde marzo de 2003 se encuentra conectado a la Carretera Austral a través de un desvío de 20 kilómetros, con buses que permiten a los pobladores salir y entrar cuando quieran y a los turistas llegar con mayor facilidad. Sin embargo, siempre la naturaleza es la que manda: las condiciones climáticas pueden ser tan difíciles, que el pueblo se encierra en sí mismo, al convertirse en prisionero de los hielos.
La hospitalidad patagónica y la historia particular de este rincón del mundo, que sobrevive en medio de una naturaleza casi virgen, me conmovieron profundamente y decidí volver a quedarme a vivir por un tiempo.

Relatar cómo es Tortel en pocas líneas es imposible; habría que contar la manera en que cae la lluvia durante días, semanas y meses; cómo el pueblo se vuelve entonces una cascada gigante. Habría que referirse a las madrugadas y tardes escuchando las chispas del fuego, las miradas y los silencios de un abuelito pionero cuya sola presencia cuenta más de mil historias. También habría que describir el viento del este y los temporales que trae a cuestas, tambien el frio del invierno que petrifica las manos en los bolsillos. O decir cómo las caras curtidas por el viento y una vida sacrificada, se iluminan en un instante por un chiste o una risa. Contar, en fin, el modo en que la majestuosa naturaleza dibuja las vidas de esa gente. Aún si así fuera, mis palabras estarían distantes de la verdad, por eso, prefiero que las fotos hablen por sí solas.

Camille Fuzier,
Santiago de Chile , 21 de noviembre del 2004.